Michoacán

Próxima a Ia ribera del lago de su nombre, la pequeña ciudad de Pátzcuaro se conserva con todo su carácter virreinal (se usan indistintamente tres formas para referirse a la dominación española: colonial, virreinal, novohispana; y para la anterior a ella, precolombina, prehispánica, precortesiana). Calles de trazo irregular, amplias plazas, fuentes, casas, templos..., ciudad que parece haberse detenido en la época misma de don Vasco de Quiroga, obispo de Michoacán, que llegó de España en 1531 y en estas tierras murió a la edad de noventa y cinco años.

Pacificó Michoacán, fundó hospitales y colegios y defendió a los indios, quienes, después de tantos siglos lo siguen recordando, llamándolo (Tata-Vasco).

Pátzcuaro había sido, tiempo atrás, lugar de recreo de los señores tarascos, que tenían su capital en Tzintzuntzan. El lago era para ellos, como lo es para nosotros, un lugar irresistiblemente bello, a tal grado que los supervivientes de la cultura tarasca siguen afincados en los pueblos ribereños y en las tres islas habitadas del lago.

La isla de Janitzio la habita un grupo de pescadores, que además de la pesca viven de la industria del tejido de redes. Sus casas tienen un carácter típico, a pesar del monumento erigido en el centro de la isla al caudillo José María Morelos, que lo representa en una figura de 40 metros de altura.

En la noche del día 1 a 2 de noviembre, el cementerio de la isla se convierte en el centro ceremonial más impresionante y misterioso de México. Sembrado de luces, de centenares de velas y cirios que brillan y se mueven en la profunda oscuridad. Ceremonia más emotiva que compleja, ya que tiene por finalidad rendir homenaje a los muertos.

Morelia, la capital de Michoacán, que para los indigenas era Guayangareo, a partir de 1541 recibió el nombre de Valladolid, por parecerle a su fundador, el primer virrey don Antonio de Mendoza, que podía aplicarle el de su ciudad natal, nombre que conservó hasta 1828, en que el México independiente comenzó a tomar conciencia de cuánto significaba para la historia patria el sacrificio de sus primeros caudillos, y le dio el nombre de Morelos, que nació en esta ciudad en 1765.

La ciudad de Morelia, construida con piedra rosa, ha sabido conservar su carácter arquitectónico hasta nuestros dias, bajo la vigilancia amorosa del arquitecto Manuel González Galvan. Vista desde varios puntos, la ciudad siempre será la misma porque sus torres y sus cúpulas continuan puestas en valor y puede verse tambien su antiguo acueducto, de 253 arcos, que llega hasta el centro mismo de la ciudad.

La catedral, rotunda y seria, amansa la exaltación barroca sin dejar de serlo, y logra asi una monumentalidad tranquila. Otros templos y palacios también tranquilos forman parte de esta ciudad de ritmo pausado. Alguna iglesia, como la de la Compañía, es hoy biblioteca, y la de Santa Rosa forma parte del Colegio de musica sacra, sin duda el más antiguo en su genero. Los Niños Cantores de Morelia se renuevan aqui; son la tradición musical nunca interrumpida. La vida cultural cuenta con universidad, teatro y museos.

El estado de Michoacán comprende un territorlo con diversidad de climas, por lo accidentado del terreno, con ejes montañosos, serranias (la Sierra Madre Occidental recorre el estado con diversos nombres, y la Sierra Madre del Sur lo hace del lado del Pacífico). Recordemos que este suelo es de gran actividad volcánica y el 20 de febrero de 1943, en tierras de labranza, surgió el volcán que sería llamado Paricutín, y que seis años después alcanzaria 2.573 metros sobre el nivel del mar.

La costa del estado sobre el Pacífico es solo de 170 kilómetros, y no tiene condiciones para obras portuarias. En sus llanuras, en cambio, y en sus valles, la ganadería cobra verdadera importancia, así como la agricultura en general y los ingenios azucareros. El lago de Pátzcuaro, la laguna de Cuitzeo, parte del lago de Chapala y los manantiales de aguas termales completan su hidrografía (el balneano de San José Porúa es uno de los más famosos de México). Y de su variada artesanía son típicas las lacas.

De los poetas, dramaturgos, pintores y músicos michoacanos, estos últimos son en mayor numero, desde Mariano Elizaga, del siglo XIX, hasta Bernal Jiménez, Jesús Estrada, Victor Urbán entre otros. Pintores desde el paisajista Guillermo Chávez hasta Feliciano Bejar, pasando por Alfredo Salce y Eugenio Servin. Un ejemplo de poeta actual, Homero Aridjis, y de dramaturgo, Sergio Magaña.